HUMANISMO Y
MEDICINA
La salud y enfermedad desde
una perspectiva sociocultural en la primera mitad del siglo
xx.
The health and disease from a sociocultural
perspective in the first half of the 20th century
Beatriz I. Moreyra Inés M. B. Domínguez
Revista Facultad de Ciencias
Medicas 2012; 69(3):165-173
Centro de Estudios
Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”- Unidad Asociada a
CONICET
Miguel C. del Corro 308- Córdoba (5000)
cehcba@uolsinectis.com.ar
Universidad Católica de Córdoba- Facultad de Filosofía y
Humanidades
Introducción
“Existe una contradicción decisiva que hay que
explorar… la brecha que se profundiza entre la
progresión de la democracia-régimen y la
regresión de la democracia-sociedad” (Pierre
Rosanvallon ) |
Actualmente asistimos a un claro proceso de historización de
la ciencia contemporánea que nos permite comprender y
explicar las realidades naturales y sociales como una tarea
compleja que no se define por la tradicional oposición
decimonónica entre naturaleza y hombre sino que involucra un
diálogo entre el hombre y la naturaleza. Y lo más importante
es que este proceso de historización del conocimiento ha
transformado radicalmente el lente a través del cual
interpretamos y explicamos la realidad natural y humana.
Pero paradójicamente desde fines del siglo XX y en lo que
transcurre del siglo XXI, parece que hemos descuidado el
rostro humano de los procesos sociales, lo que ha conducido-
como expresa Pierre Rosanvallon- a que “la ciudadanía
progresa al mismo tiempo que retrocede la ciudadanía
social”, motivando el crecimiento de las desigualdades como
motor de esa degradación de lo social. De allí la
importancia de volver sobre nuestro pasado para esclarecer
el presente y actuar en el futuro.
En un clima científico permeado por el policentrismo
temático y metodológico, el presente artículo ofrece una
mirada y no la mirada sobre los problemas de la salud, la
enfermedad y la atención, abordaje que se refiere siempre a
la combinación de un lugar social, de prácticas científicas
y de un discurso .
Las enfermedades presentes en la sociedad, nos plantean un
nuevo objeto de reflexión histórica que permite explicar una
determinada realidad social, porque las condiciones sociales
y de vida en las cuales emergieron, las mentalidades, los
conocimientos científicos-médicos, las prácticas sociales,
las construcciones discursivas, las políticas públicas y
privadas implementadas para combatirlas y la situación
económica tienen su punto de convergencia en ellas. Las
enfermedades permiten explicar fenómenos complejos que
trascienden la dimensión puramente biológica, su existencia
es tal a partir que se toma conciencia de ella, se la
denomina de una manera particular y se responde con acciones
específicas.
Analizar la trilogía enfermedad-salud-atención de manera
integrada es conocer un aspecto que explica la problemática
social y se incluye como tema de la historia social
renovada. La perspectiva sociohistórica y cultural estudia a
la enfermedad como el nudo problemático donde la dimensión
biológica se carga de connotaciones sociales, culturales,
políticas y económicas, construyendo una narrativa
historiográfica que rescata e incorpora creativamente la
riqueza de las iniciativas originadas en la medicina y en la
salud pública, atendiendo a las dimensiones organizativas,
asistenciales y humanitarias.
La producción dedicada a la historia sociocultural de la
enfermedad se ha desarrollado como una vertiente crítica a
la historia tradicional de la medicina centrada en los
médicos y constituye uno de los modos de ver las relaciones
entre la historia y la enfermedad que ha cobrado
significación en los últimos veinte años en Latinoamérica.
Como ha expresado Diego Armus, los historiadores,
demógrafos, sociólogos, antropólogos, cientistas políticos y
críticos culturales han descubierto su relevancia como un
modo de organizar la discusión de ciertos problemas del
pasado; en particular; cómo una ventana para reflejar las
condiciones materiales de existencia y sus efectos en los
cuadros de morbilidad y mortalidad, las dimensiones
culturales y sociales de la enfermedad, los procesos de
profesionalización y medicalización, el desarrollo y
legitimación de las políticas asistenciales, la interacción
entre enfermos y las instituciones del conjunto asistencial,
los valores culturales y los procesos más amplios de
construcción de los estados nacionales.
Pero además, la historia sociocultural de la salud y la
enfermedad no es una historia de una larga duración
despolitizada sino que por el contrario, en un contexto
contemporáneo caracterizado por la politización de todas las
esferas de la realidad social, reconoce la necesidad de
analizar el rol del Estado y de las distintas instituciones
como actor crucial en la conformación y evolución de las
estructuras y coyunturas sanitarias, mediante sus políticas
sectoriales y su relación con los sectores sociales.
Un aspecto digno de destacar en la producción
historiográfica de los últimos años es la tendencia a la
descentralización del análisis y de la interpretación,
estrategia que permite no solo rescatar las particularidades
de las políticas sociales en los espacios extra céntricos
sino complejizar y matizar las explicaciones sobre las
mismas a nivel nacional al valorar su impacto en el interior
provincial o bien al destacar la falta de alcance nacional
de las mismas. Los diversos autores que están transitando
este recorte, realizan este abordaje, algunos,
concentrándose en el estudio de las políticas sociales en
los espacios provinciales y otros interrogándose sobre el
impacto de las políticas adoptadas por las agencias
nacionales en el interior del país y/ o señalando las
ausencia de las intervenciones estatales más allá de los
centros neurálgicos de la toma de decisiones .
De acuerdo con este enmarque sociohistórico, esta
reflexiones tienen por objetivo analizar la construcción de
las políticas de salud como productos históricos, asociando
las transformaciones económicas y sociales de la primera
mitad del siglo XX con los cambios en las concepciones de
los procesos de salud-enfermedad, los diferentes sistemas de
intervención y los actores que se consideraron aptos para
llevarlas a cabo.
Este trabajo se focaliza en la relación salud, enfermedad,
atención y representaciones sociales tomando como epicentro
la provincia de Córdoba en dos etapas. La primera aborda el
modelo asistencial hasta 1930, la segunda se concentra en la
década de 1930 con eje en la política sanitaria del
Gobernador Amadeo Sabattini.
El modelo asistencial en la modernidad liberal: un Estado
prescindente y el sistema benéfico asistencial
En Córdoba, en las primeras décadas del siglo XX las
elites gobernantes fueron favorables a la incorporación
gradual y regulada de las masas que irían paulatinamente
alcanzando la libertad y la igualdad políticas. En el orden
económico, el Estado liberal defendió los principios del
laissez faire, la propiedad privada, las libertades
individuales, y alentaba el progreso de la provincia,
propiciando la conservación del orden social para el normal
desenvolvimiento de las instituciones y de las actividades
económicas. Confiaba en la capacidad y potencialidad del
mercado para regular las relaciones económicas y sociales.
El ámbito social fue el menos liberal en comparación con los
sectores políticos y económicos, predominando una concepción
individualista, donde la sociedad quedaba sujeta a la
expresión de la libre competencia y el interés individual
ocupaba un lugar preminente. La sociedad estaba constituida
por una suma de voluntades individuales cuyas finalidades no
coincidían necesariamente. Es decir, la racionalidad
individual no implica la racionalidad social.
En este contexto temporal, cruzado por ideas de fuerte
liberalismo económico, la cuestión social debía resolverse
mediante una política sin Estado que no comprometiera a la
estructura estatal o lo hiciera sólo en parte mediante
políticas de reglamentación y control. Los liberales,
renuentes a la intervención estatal, propugnaban la
provisión de un mínimo de asistencia social pública. Ello
constituyó una de las características centrales de la
modernidad liberal.
Los desajustes y las exclusiones sociales que conformaron la
denominada cuestión social- donde la problemática sanitaria
era prioritaria - no ocuparon un lugar central en las
agendas públicas y, por ende, no generaron una atención
sistemática por parte de las diferentes instancias de
Estado. El sistema asistencial estaba caracterizado por la
pluralización de los actores y de los instrumentos de
protección social y por la labilidad del límite entre la
esfera pública y la privada.
Como consecuencia, el modelo de asistencia social
predominante en el ámbito nacional y en la sociedad
cordobesa en particular, estaba caracterizado por una
relación de interdependencia entre las caridades de
estructura esencialmente celular y fuerte impronta religiosa
y el Estado, relación que implicaba que los funcionarios
públicos confiaban en una pléyade de instituciones
caritativas para los servicios sociales sin un esquema
planificador y las caridades dependían del Estado para su
funcionamiento legal y económico.
El conjunto asistencial respondía así a un modelo pluralista
no planificado con un fuerte predominio de la asistencia
benéfica privada y una escasa participación del Estado como
ente planificador, regulador y financiador del sistema de
asistencia. En este sentido, la inversión estatal en el
sector se mantuvo dentro del 1%-4% del gasto público entre
1900 y 1930 , debido a que las autoridades de la provincia
invirtieron prioritariamente en obras de modernización y en
el aparato institucional del Estado. La primera connotación
global, es la ausencia de organicidad del sistema sanitario
con vistas a asegurar la procura existencial de los
ciudadanos . Como consecuencia, su estructura era celular,
una especie de archipiélago institucional; es decir, una
multiplicidad de organismos relativamente autónomos y con
escasas conexiones . La oferta de servicios era de diversos
tipos: asistencia pública y hospitales, asilos y
establecimientos caritativos, mutualidades y médicos
particulares.
La acción social se concretó en la protección que aseguraba
al individuo el mínimo de subsistencia, sin previsión
alguna, a través de la combinación de la intervención
privada, pública y organizaciones sociales que actuaron
conjuntamente y de manera descentralizada. Este modelo
permitió asegurar el control social y la acción civilizadora
a través de mensajes de religiosidad, rehabilitación moral y
el reforzamiento de lazos sociales, que apuntaban a las
buenas costumbres en el ámbito familiar, laboral, vecinal,
del ocio y la recreación .
La intervención del Estado en lo social se dio ante la
emergencia de situaciones riesgosas para la comunidad,
caracterizándose, por un lado, por la reglamentación y el
control de los modos de vida a través de nuevos organismos
estatales y, por otro, prestando una mayor atención y apoyo
económico a las organizaciones de beneficencia y caridad que
actuaban conjuntamente con los poderes públicos. La atención
de la salud se vio impregnada del individualismo liberal
reflejándose en consideraciones que responsabilizaban a los
sujetos por el cuidado de sí mismos. Los individuos eran
responsables de sus enfermedades, por su falta de previsión,
malos hábitos, vicios, degeneración física y moral, lo que
llevó a ignorar o enmascarar las causas sociales de muchas
patologías. Pero a diferencia de las otras áreas de la
cuestión social, el Estado intervino tempranamente en los
problemas de la salud, especialmente cuando las enfermedades
contagiosas se propagaron a manera de epidemias y cuando los
médicos higienistas reclamaron y promovieron dicha
intervención para preservar la salud de la población.
En el orden provincial, el Consejo de Higiene fue el
organismo técnico estatal encargado de la salud, pero el
mismo cumplía deficitariamente sus funciones por sus
limitadas atribuciones (combatir las epidemias, distribuir
las vacunas, regular los honorarios médicos y controlar los
informes médicos-legales) y por la carencia de recursos
indispensables. La organización interna del Consejo
exteriorizaba sus limitadas funciones. En efecto, él mismo
estaba compuesto por un presidente, dos vocales, un
secretario, un inspector de Higiene (estudiante de 5º año de
medicina), cuatro vacunadores (estudiantes de 2º a 7º año) y
dos desinfectadores, personal que debía atender las
imperiosas necesidades de la salud pública de una provincia
sujeta a un cuadro de morbilidad caracterizado por sucesivos
brotes epidémicos y por una alta tasa de mortalidad. La
inspección de las doscientas farmacias de la ciudad y de la
campaña estaba a cargo de un sólo empleado y la desinfección
-principal terapia médica aplicada frente a una concepción
de la enfermedad basada en la doctrina del contagio y del
aislamiento- era atendida únicamente por dos personas con
escasos elementos disponibles.
La ayuda a los enfermos de los sectores más carenciados, a
través de instituciones sanitarias, hospitales, asilos,
dispensarios y otros, fue atendida por las sociedades de
beneficencia y organizaciones religiosas con escasos
subsidios y subvenciones del Estado que, en muchas
ocasiones, fueron la variable de ajuste del presupuesto
provincial y se otorgaron sin estudios previos de
prioridades, de manera poco equitativa y sin control.
Además, los pacientes no fueron atendidos en los centros de
salud en forma igualitaria, distinguiéndose pudientes y
carenciados. En cuanto a los pobres, también hubo
diferencias para ser asistidos, la gratuidad de los
servicios dependió de la ausencia o posesión de recursos
mínimos y de la capacidad o no de trabajo.
La insuficiente estructura sanitaria determinó también la
proliferación de las mutualidades, fundamentalmente de
origen extranjero, no solamente en la ciudad capital sino en
las regiones de fuerte asentamiento migratorio. El origen
del mutualismo en nuestra provincia como en el resto del
país, se asocia a la actividad de los primeros grupos
inmigrantes, deseosos de reconstruir vínculos de ayuda mutua
entre connacionales. Así, durante la primera década del
siglo, surgieron en la ciudad capital y aún en el interior
provincial un sinnúmero de sociedades. Pero el mutualismo
extranjero no fue el único. También cobraron importancia
como factor aglutinante las prácticas de apoyo mutuo entre
trabajadores, sociedades que se reivindicaban como
“cosmopolitas”, pero la visión de conjunto ofrecía una serie
de instituciones atomizadas, dispersas, surgidas a partir de
una necesidad común. La orientación de los servicios
dependió de las necesidades consideradas prioritarias en el
momento de la conformación de las mismas, de las
concepciones subyacentes del binomio salud-enfermedad y de
otros valores ideológicos, culturales y religiosos. Por otra
parte, las relaciones con el aparato estatal se limitaron al
reconocimiento de la personería jurídica y a la obtención de
subsidios.
El otro componente del conjunto asistencial eran los médicos
particulares. En este aspecto, es necesario hacer dos
observaciones. En primer lugar, sólo la gente de cierta
posición económica era atendida en la casa, dado que el
servicio a domicilio resultaba muy caro. En segundo lugar,
la medicina científica estuvo muy lejos de lograr el
monopolio del saber y de la práctica médicas. El médico
debía competir con las vías alternativas de tratamiento de
las enfermedades que no eran vistas como un último recurso
posterior al fracaso de la medicina científica, sino como
una estrategia paralela. Esas formas alternativas estaban
encarnadas por los curanderos que utilizaban una vía
empírica con matices a veces mágicos o religiosos para la
curación de los enfermos.
Finalmente, el otro actor central fue la tupida y dispersa
red asistencial constituida por un buen número de
congregaciones religiosas sobretodo femeninas y asociaciones
seglares dedicadas al ejercicio de la caridad como la
Sociedades de Beneficencia de la capital y de las ciudades
del interior, las Damas de la Misericordia, las Damas de la
Providencia, la Asociación de la Inmaculada Concepción, la
Corte de la Mercedes y las Conferencias de San Vicente de
Paul -entre otras- que regenteaban una variada tipología de
asilos y hospitales.
Las características del modelo asistencial como fase
primitiva y simple de remiendo, sin acción preventiva, no
fueron únicamente consecuencias de las deficiencias
económicas y de organización, sino que eran tributarias de
las concepciones específicas sobre la salud y la enfermedad
y de las prácticas médicas vigentes.
La concepción liberal de la salud pública tenía un fuerte
énfasis en la higiene individual o voluntarista. En efecto,
a comienzos del siglo, la enfermedad tenía como causa la
“ignorancia” y por lo tanto podía esperarse eficacia de una
atención médica desvinculada de la asistencia social. La
educación aparecía como la tarea prioritaria. Pero,
paulatinamente, se fue produciendo un claro deslizamiento
hacia una concepción más integral que tomaba en cuenta las
características del ambiente y las condiciones materiales de
vida. La sociedad era percibida como un organismo enfermo y
las enfermedades fueron vistas como patologías sociales. La
percepción de las causas sociales de las enfermedades, llevó
a postular la necesidad de unir la atención médica y la
asistencia social. El componente preventivo iba dirigido,
sobre el individuo y sobre todo hacia el medio. Es
significativo que ambas prácticas aparecieron tempranamente
asociadas en el tratamiento de la tuberculosis y en la
protección de la infancia. Así, el cuadro de morbilidad y
mortalidad con un predominio de las fiebres
infecto-contagiosas era atribuido a la mala alimentación, a
la falta de higiene, a la miseria y a la inmoralidad. La
tuberculosis fue discutida como plaga social, como evidencia
de la degeneración de los individuos y de la sociedad; se la
asoció a la vivienda insalubre, a los excesos en el trabajo
y en la bebida y al esfuerzo físico en el sexo. Para evitar
su difusión, se destacaron las ventajas del verde y del aire
puro, la vivienda adecuada y el trabajo físico regulado.
Como afirma Diego Armus, “[…] estas miradas a la
tuberculosis fueron entretejiendo hipotéticas etiologías
sociales de la enfermedad donde las explicaciones
médico-bacteriológicas, se tensaban con valores morales,
interpretaciones psicologizantes, agendas socio-políticas o
intereses económicos.” El cólera y las otras enfermedades
venéreas eran producto de la “vida inmoderada y lasciva”.
Para abolirlas, se debía “vivir un buen sistema de vida”. De
esta manera, el discurso médico contenía un ingrediente de
control social sobre el comportamiento y la moral,
especialmente de las clases bajas. Es decir, las medidas
profilácticas facilitaron la imposición de una ética para el
tiempo libre y el tiempo de trabajo en las clases
trabajadoras.
En cuanto a las prácticas médicas vigentes, existía una
concepción de la enfermedad basada en la doctrina del
contagio, del aislamiento y de la desinfección. La
identificación del agente patógeno permitía describir y
catalogar al enemigo, al mismo tiempo que indicaba el
producto químico más eficaz. Así, para las enfermedades
infecciosas, el mejor modo de tratarlas era “limpiar las
ciudades y las personas” y de esta manera eliminar las
fuentes de contagio. A través del tiempo, se reconoció que
si las autoridades querían controlar efectivamente las
enfermedades infecciosas, los casos decían ser “reportados”
cuanto antes. De esta forma, la participación del Estado en
la salud era más bien de tipo policial; el uso del poder de
policía para denunciar los casos epidémicos y la vacunación
obligatoria se correspondían con un programa de
medicalización.
Las limitaciones en los alcances de este modelo de acción
social, respondía, en gran parte, al carácter difuso, poco
específico e incompleto del conjunto del sistema
benéfico-asistencial. Su perfil inorgánico obedecía al
escaso grado de articulación en su organización general que
se evidenciaba en la profusión de instituciones e instancias
asistenciales y en la dificultad de articular las múltiples
actuaciones en algún tipo de alternativa sistemática. Como
consecuencia de ello, había una multiplicidad de
responsabilidades en la gestión, ejecución y financiamiento
de la política de pobres. Esta deficiencia constituyó una
constante en todo el período, no lográndose articular un
ordenamiento asistencial y financiero sistemático y adecuado
a las demandas sociales.
En este sentido, ya en 1902, en los inicios de la
conformación del modelo asistencial, la Memoria de la
Administración Sanitaria y de la Asistencia Pública ponía de
manifiesto la ineficacia que significaba la falta de
coordinación de los múltiples prestadores y proponía la
constitución de una confederación única, con un gobierno
central y con todas las bifurcaciones necesarias de
vigilancia y control, lo que evitaría el aislamiento y la
debilidad de su acción:
El sentimiento de la caridad, por autoridades y asociaciones
de beneficencia especialmente de damas, se ejercita en vasta
escala en esta Ciudad, distribuyendo sus socorros al
necesitado en forma de albergues, alimentación, vestidos,
instrucción, protección maternal, hospitalización, etc, etc,
pero el estudio que llevamos practicado de esta abundante
protección al necesitado, deducimos una consecuencia
desfavorable, por cuanto la distribución de estos socorros
carece de acción uniforme que les dé eficacia, y por
consiguiente mayor valimiento; esterilizándose en proporción
considerable una obra grandiosa, que si no ocasiona
sacrificios, eroga preocupaciones y dinero que pudiera
economizarse en provecho del mismo fin.
A pesar de este proceso embrionario y complejo, las nuevas
instituciones médicas conformadas con el proceso de
modernización y consolidación del Estado provincial, habían,
sin dudas, emprendido la conquista cultural del cuerpo
social. Finalmente, en ese modelo de asistencia social, las
caridades no eran actores independientes en una sociedad
civil autónoma ni tampoco extensiones al azar de los agentes
estatales. Más bien, la historia de las relaciones entre las
asociaciones caritativas y los distintos representantes de
la autoridad pública se centró en la interdependencia. A su
vez, esta esfera de interdependencia se asentaba en ciertas
características de la política y de la sociedad provincial;
entre éstas figuraban un creciente reconocimiento de la
necesidad de los servicios sociales y una elite política que
no quería extender las obligaciones del Estado hasta el gran
campo del bienestar social.
En síntesis, este período dejó como legado la heterogeneidad
y fragmentación del sistema de salud que fue una constante
en los años posteriores, a pesar de los innumerables
proyectos tendientes a la centralización, integración y
eficiencia del sistema sanitario.
Sabattini y la reforma del sistema sanitario cordobés
A partir de 1920, este heterogéneo conjunto de agentes
vinculados a la atención médica manifestó síntomas de
malestar en relación al desempeño de sus organizaciones y la
percepción de una situación de crisis se generalizó a partir
de los años 30. El debate giró en torno a cuestiones como el
incremento de la demanda y de la atención tanto en los
servicios públicos como en las mutualidades y el aumento de
los costos de la atención médica generado en rubros
específicos entre ellos los medicamentos, radiología , etc.
En el sistema público, el diagnóstico era aun más sombrío en
virtud de las condiciones de salud de la población: la
existencia del paludismo en las provincias del norte, las
alarmantes cifras de los afectados por tuberculosis, el
avance de la lepra, alcoholismo y venéreas; a lo que se
añadía la existencia de enfermos, que superaban la capacidad
instalada de asilos y colonias de alienados y orfanatos
desbordados.
Las soluciones formaban parte del debate de ideas de esos
años y se manifestaban centralmente en las demandas
interpuestas al Estado para que protegiera los intereses
comprometidos, públicos o privados. El Estado es invocado
como generador de orden en busca de conformar un protoestado
social; se lo invocaba para la delimitación del mutualismo
auténtico, la persecución de los curadores ilegítimos, el
alivio de las situaciones de carencia, pero es importante
resaltar que nada de esto apuntaba a una modificación de las
reglas de juego en el modelo asistencial, solo se limitaba a
la formalización de las vigentes o al mejor cumplimiento de
las funciones de control estatal. Es decir, no se modificó
el inmovilismo estatal en ese campo social.
Pero lo interesante de destacar desde nuestra perspectiva es
que ese inmovilismo en el campo de la salud-enfermedad-
atención, es en gran parte tributario de las relaciones
Estado / Sociedad que son caracterizadas en este período
como “Una Larga demora” y esa larga demora en el campo
específico que nos ocupa se vinculaba al peso de una
tradición individualista por un lado y, por el otro, a la
fragmentación organizativa y a la ausencia, en el interior
del aparato estatal y en las organizaciones de la sociedad
civil, de actores portadores de propuestas de transformación
con capacidad de aglutinar voluntades significativas, tras
una alternativa de cambios.
La responsabilidad individual de proveerse el bienestar
sustentada por el modelo liberal tradicional de otrora, dio
paso a una creciente preocupación estatal por intervenir en
los problemas comunes de la sociedad. La crisis de la década
de 1930 puso de manifiesto una multiplicidad de necesidades
sociales insatisfechas que culminaron en una creciente
demanda de intervención del Estado. Una de ellas fue la
necesidad de introducir transformaciones en el sector de la
salud y del bienestar de la población para superar las
deficiencias existentes.
En respuesta a la situación sanitaria, el Estado Nacional
operó un cambio significativo y progresivo, orientando su
accionar hacia la planificación, unificación y coordinación
de la salud pública, integrando las prácticas preventivas y
proponiendo un abordaje integral del problema sanitario que
vinculaba trabajo, previsión, asistencia social y atención
médica. Se identificó a la profilaxis de las enfermedades
con las mejoras en las condiciones de vida: vivienda,
alimentación, trabajo. Se argumentó que el problema de la
salud sobrepasaba las dimensiones del sector y no era solo
una cuestión científica- técnica, sino también de
competencia política.
En nuestra provincia, la reorganización de la atención
sanitaria encontró su fundamento en el diagnóstico de la
gestión estatal que se evaluaba como insuficiente,
deficiente e incapaz por la inexistencia de políticas
sanitarias a largo plazo, con excesiva burocratización de
los servicios, desorden administrativo, donde no se
contemplaba la creciente afluencia de pacientes provenientes
del interior, que requerían de personal necesario y
capacitado, camas en número suficiente e instrumental
adecuado.
En Córdoba, como respuesta a la cuestión social, el Estado
replantó el lugar que debía ocupar frente a los problemas de
la comunidad; comenzó una etapa donde la intervención
estatal daría espontánea y progresivamente un giro. En 1932,
en los debates de las Cámaras legislativas se discutió la
paulatina desaparición del Estado Liberal del siglo XVIII
que contemplaba el libre juego de los intereses y el
surgimiento de otro que procuraba intervenir en las
cuestiones de la sociedad, incorporando poco a poco a los
grupos sociales subalternos, dando respuesta a sus
necesidades básicas . A nivel del discurso político se
manifestaba la voluntad de intervención, especialmente sobre
las condiciones de vida y de trabajo de los sectores
obreros.
En 1936, con la asunción de Amadeo Sabattini al gobierno de
Córdoba, se operaron cambios en la intervención del Estado
en la cuestión social y en la asistencia sanitaria. El
triunfo de los radicales trajo aires nuevos a la provincia.
Según el pensamiento renovador del gobierno era preciso
acabar con el fraude y el predominio conservador,
adecuándose a la realidad social contemporánea que reclamaba
la adopción de responsabilidades más comprometidas con el
bienestar de la comunidad.
El Estado provincial se interesó activamente por las
cuestiones que afligían y postergaban a la sociedad,
perfilándose una nueva política que incorporaba a lo social
entre sus preocupaciones centrales, aquellas que hasta
entonces habían sido competencia individual, de la
beneficencia y la caridad.
La intervención estatal que se configuró durante el gobierno
de Sabattini respondió a una visión particular del problema
social, donde las áreas de la salud, la educación, el
trabajo, la seguridad formaban un todo integrado e
interdependiente. Provocar mejoras en la salud, implicaba
progresos en los otros sectores de lo social. Esta nueva
concepción iba acompañada de una intervención legitimada en
un status legal constituido a través del triunfo electoral,
el respeto a los valores democráticos y a la Constitución.
Con Sabattini se planteó un concepto de Estado como
“guardián de leyes y creador de derechos” que se imponía
frente al Estado vigilante de otrora.
Para el dirigente radical, la realidad social vigente
demandaba cambios en la intervención estatal, a través de
una política social que resolviera los problemas
integralmente, utilizando los organismos e instituciones
públicas para generar el cambio. Los derechos sociales
fueron contemplados y asumidos como una obligación del
Estado representados en el valor supremo de la justicia
social, entendida ésta como un derecho inalienable que
permite la plenitud espiritual, cultural y material de los
seres humanos:
“El Problema Social de la Provincia tiene que ser
contemplado y resuelto en la medida de las facultades que la
misma posee, atribuyéndole un significado diferente del que
le han impreso las fuerzas conservadoras. Y este significado
no puede ser otro que el de la justicia social, que reconoce
al trabajador el derecho inalienable de asegurarse un mínimo
de posibilidades económicas que permitan su normal
supervivencia y su desarrollo espiritual y cultural”.
Muchas de las medidas adoptadas durante el gobierno de
Sabattini mostraron las ideas innovadoras sobre el rol del
Estado. Ante la ineficiencia de los sistemas de provisión de
servicios y asistencia social del Estado liberal, nuevos
programas y acciones se implementaron para atender la salud,
la educación, el trabajo y las condiciones de vida de los
más necesitados, buscando garantizar un nivel de vida
aceptable, evitando las grandes desigualdades. El
reconocimiento de los derechos sociales se presentó como un
mecanismo de inclusión, donde la salud y la atención médica
estuvieron dentro de los elementos constitutivos de la
transición hacia el modelo de Estado Social.
Durante la gestión sabattinista se presentó una transición
entre el tradicional Estado liberal y uno nuevo, que recién
se conformó íntegramente a nivel mundial y nacional en la
década del cuarenta. Si bien el Estado Social quedó
consolidado en esos años, durante la década del treinta en
Córdoba se realizaron los primeros ensayos de esta nueva
política conducente hacia la concreción de los derechos
sociales como una responsabilidad de los poderes públicos.
El área salud estuvo enraizada en los proyectos del Doctor
Sabattini, quién desde su juventud había compartido en el
ámbito rural sus conocimientos médicos y vivió el dolor de
los enfermos imposibilitados de aliviar sus males por la
pobreza, el hacinamiento, la escasez de recursos sanitarios,
el atraso tecnológico. Su gestión apuntó a la transformación
de las condiciones sociales, en pro del bien común. Así lo
manifestó en su mensaje a la Honorable Legislatura en 1936
afirmando que debía atenderse en primer orden a los
desposeídos, mejorando la eficacia de los servicios
hospitalarios, las condiciones higiénicas de las
poblaciones, la acción sostenida en la profilaxis de las
enfermedades, la revisión del ejercicio de la medicina,
cuidando la técnica científica acreditada en los institutos
de enseñanza superior, combatiendo el curanderismo y
asegurando la eficacia de los servicios médicos de
asistencia social.
El cuidado de la salud fue un ámbito donde se mostró la
transición hacia el nuevo modelo de intervención estatal,
evidenciándose en las medidas adoptadas y ejecutadas por el
gobierno sabattinista. En primer lugar, llevó adelante una
política de centralización y control de la cuestión
sanitaria, a través del Consejo Provincial de Higiene y
otros proyectos centralizadores que ampliaban las
atribuciones del gobierno, regulando la organización, el
funcionamiento y el sostenimiento económico de las
instituciones estatales, creando nuevas instituciones
públicas al servicio general de la salud y organismos
específicos para algunas enfermedades tales como las
venéreas. Al mismo tiempo, procuró la absorción de las
entidades patrocinadas por las organizaciones benéficas y de
caridad, logrando la incorporación de algunas a la esfera
pública, mientras continuó con los subsidios y subvenciones
a las instituciones que representaban la continuidad del
modelo benéfico asistencial, dado que el grado del
desarrollo de las capacidades estatales a nivel de recursos
y estructura administrativa eran insuficientes para
implementar un cambio radical en el sistema de protección
social; es decir un avance significativo sobre el espacio
asistencial privado.
En segundo lugar, implementó la profilaxis de las
enfermedades que impedían el desarrollo armónico de la vida
social. Se llevó a cabo una lucha permanente contra las
epidemias y las endemias, se investigó sobre las causas,
agentes transmisores y difusión de las enfermedades en la
población. Se practicó la vacunación obligatoria, se
difundió la información preventiva de diversas patologías y
se instauraron medidas coercitivas que limitaban las
prácticas que atentaban contra la salud. Además se fundaron
instituciones públicas encargadas de la profilaxis de las
enfermedades, y se reglamentaron las leyes que crearon los
instrumentos para generar una activa participación,
programación, dirección y control de las acciones
preventivas provinciales, continuando con la acción
centralizadora del Estado.
Las innovaciones se vieron limitadas por los recursos
escasos, las obstrucciones políticas en el tratamiento de
los proyectos de ley y los factores culturales como la
persistencia tenaz de algunos sectores de la población a la
adopción de nuevas medidas preventivas, como en el caso de
la vacunación donde el desconocimiento llevaba a creer que
la inoculación de las vacunas podía provocar la enfermedad.
En tercer lugar, el gobierno se preocupó por el mejoramiento
de las condiciones de vida de la población y del medio
ambiente que influían en el estado sanitario de la
provincia. Las acciones que se desarrollaron a lo largo del
gobierno radical renovador, involucraron las obras públicas
que le permitieron proveer de mejoras a la educación, salud,
vivienda y condiciones laborales, además de combatir la
desocupación. No obstante, los cambios no siempre se
realizaron planificadamente, en algunas oportunidades
respondían a programas preestablecidos y, en otras, a la
urgencia de dar respuesta a diversas necesidades, retrasando
la aplicación plena del modelo de bienestar.
Durante el gobierno sabattinista se dio un fortalecimiento
de las instituciones formales donde el Estado llevó adelante
prácticas políticas institucionalizadoras, especialmente en
lo relacionado con las garantías de los derechos sociales.
La política social peronista se instauró y desarrolló sobre
la base de la política social innovadora del gobierno
radical incrementando las funciones estatales, complejizando
sus tareas y nacionalizando los derechos sociales.
Las instituciones públicas durante el gobierno de Amadeo
Sabattini reflejaron las nuevas responsabilidades que asumió
el Estado frente a la salud considerada como un derecho
social. La tarea del Estado fue más allá de la legislación
preventiva y defensiva de los males sociales. El
reconocimiento del derecho a la vida obligaba al Estado a
asegurar mejores condiciones individuales y sociales para
beneficio inmediato y futuro de la comunidad. En síntesis,
la gestión sabattinista, insistimos, efectivizó políticas
sociales en materia sanitaria en la provincia de Córdoba que
se anticiparon a los cambios nacionales realizados por el
peronismo en las décadas del cuarenta y el cincuenta.
Conclusiones
La salud- enfermedad- atención fue la variable de reflexión
histórica que nos permitió explicar la trama social de la
realidad cordobesa en la primera mitad del siglo XX, donde
convergieron fenómenos complejos como las condiciones
sociales, las mentalidades, los conocimientos
científico-médicos, las prácticas sociales, las políticas
públicas y privadas y la situación económica.
En las primeras décadas del siglo XX, las soluciones a la
cuestión social y sanitaria, fueron de tipo benéfico
asistencial, motivadas por el sentido humanitario y
cristiano de los grupos gobernantes tanto conservadores como
radicales, que ayudaron a los desposeídos con fines
caritativos. El Estado intervenía ante la emergencia de
situaciones riesgosas para la comunidad, llevando adelante
una política social sin Estado que no comprometía la
estructura estatal. Ésta se caracterizó, por un lado, por la
reglamentación y el control de los modos de vida a través de
nuevos organismos estatales y, por otro, prestó una mayor
atención y apoyo económico a las organizaciones de
beneficencia y caridad que actuaban conjuntamente con los
poderes públicos de manera desorganizada y espontánea.
Prevalecieron las instituciones filantrópicas y las
dependientes de la Iglesia, junto a algunas públicas, que
desarrollaron acciones atomizadas y dispersas, sin
planificación sanitaria, no cubriendo el total de las
necesidades por lo limitado de sus fines, la carencia de
recursos económicos, humanos, materiales y la insuficiente
infraestructura.
A diferencia de las otras áreas de la cuestión social, en la
salud, el Estado debió intervenir cuando las enfermedades
contagiosas se propagaban a manera de epidemias y cuando los
médicos higienistas reclamaron y promovieron su intervención
para preservar la salud de la población.
En la década del veinte, los reformistas sociales reclamaron
la intervención del Estado para que asumiera acciones
comprometidas y permanentes en la defensa de los derechos
sociales.
Las ideas y el accionar del doctor Amadeo Sabattini,
intentaron resolver los problemas de la fragmentación,
heterogeneidad, ineficacia e ineficiencia del sistema
sanitario provincial, mediante la centralización de la
acción sanitaria. No obstante, los avances realizados en
materia de profilaxis, de atención de la salud y sobre el
espacio asistencial de la beneficencia, no lograron poner
fin al carácter disperso e inorgánico de ese modelo, ya que
el Estado no contaba con las suficientes capacidades
instaladas, de servicios y financieras para prescindir de
los actores e instituciones de la sociedad civil.
Las medidas implementadas por el gobierno sabattinista,
representaron una transición hacia el Estado Social, donde
los derechos sociales alcanzaron protagonismo en la acción
estatal. El modelo benéfico asistencial siguió existiendo,
aunque paulatinamente iba perdiendo el vigor del pasado por
el avance intervencionista y centralizador del Estado en las
cuestiones sanitarias. Por su parte, las instituciones
públicas durante el gobierno de Amadeo Sabattini reflejaron
las nuevas responsabilidades que asumió el Estado frente a
la salud considerada como un derecho social. Su tarea fue
más allá de la legislación preventiva y defensiva de los
males sociales.
Por último, la principal consecuencia de la historización de
ese proceso complejo que analizó la trilogía
salud-enfermedad- atención en la primera mitad siglo XX, es
la distancia o asimetría entre las formas institucionales
propuestas y las formas organizativas resultantes, entre el
relato normativo y la práctica concreta y en ello la
compleja articulación de factores políticos y culturales
tuvo mucho que ver.
Una constante secular de esta mirada social ha sido la
prevalencia, con sus oscilaciones específicas, de un modelo
asistencial como un conjunto caracterizado por el déficit de
autoridad reguladora del Estado en los servicios de atención
médica, la fragmentación y heterogeneidad de las
organizaciones a cargo de su financiación y provisión desde
sus mismos orígenes, las bases clientelares de la
vinculación entre el Estado y la ciudadanía, la atención de
las demandas bajo la presión de necesidades políticas,
relegando a un segundo lugar la eficacia y eficiencia del
sistema.
En la actualidad, existe una profusión de literatura
especializada y crítica que diagnostica sombríamente la
denominada Nueva Cuestión Social, pero personalmente estamos
convencidas que sólo la superación de los desajustes
históricos; esto es el reconocimiento y garantía de una
ciudadanía social universal, puede abrir un camino más
promisorio para una mayor equidad distributiva y, por ende,
para el bienestar de sectores amplios de la población
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8.
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15-
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16-
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Ortiz Bergia Maria José, Asistencia benéfica y gobierno
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Karina: Políticas sociales. Entre demandas y resistencias.
Argentina 1930-1970, Biblos, Buenos Aires, 2012, p. 67-96.
También Jerez Marcelo: Políticas de vivienda en Jujuy
durante el primer peronismo. En: Biernat Carolina y
Ramaciotti Karina: Políticas sociales. Entre demandas y
resistencias. Argentina 1930-1970, Biblos, Buenos Aires,
2012, p 97-122. Cerdá Juan Manuel: Condiciones de vida y
vitivinicultura. Mendoza, 1870-1950, Universidad Nacional de
Quilmes, Buenos Aires, 2011.
Para más detalle ver Domínguez Inés María Belén, Garella
Irma: Política y Salud en un período de transición. El
gobierno del Doctor Amadeo Sabattini, Trabajo Final
Licenciatura en Historia, Universidad Católica de Córdoba,
2004.
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